miércoles, 10 de agosto de 2011

Sobre el amor entre mujeres…



Por: María Dolores Marroquín


Tengo un límite en el cuerpo/ que busca la luna parda/el contagio del infierno/la infamia de un ciego
me niego a tolerar / la rosa cercenada /obediencia al clero y sus /eunucos chillantes
Digo NO como principio/Ni el voto del partido/Ni el voto del silencio/Que se pudran los reinos
Tengo un límite en el cuerpo/Una rienda para la bondad y/La memoria de mis hermanas /que no me deja ser esclava
Chuy Tinoco. Lesbiana feminista

Una gota de agua se posó en la tierra. De allí salió una niña con poderes especiales. Tan especiales sus cualidades que pronto descubrió que la soledad era una vereda en su camino y que de vez en cuando podía acompañarse. Sus compañías fueron la luz, la luna, el rocío, las hojas, los árboles, animalitos alados pequeños y grandes seres que la calentaban con sus gruesas pieles.
Solía caminar por los transitados caminos y por las organizadas ciudades. Le parecían demasiado para sus gustos. Las calles tan rectas que no permitían que los árboles aparecieran por allí nada más. Las casas a veces tan grandes, no acogían ni daban calorcito humano, la gente andaba por todos lados, sin tocarse, sin sentirse.
Pero por otro lado le parecía bonito ver como se mezclaban los colores, como había pinturas expresiones de la belleza interna de quien las pintaba. Le fascinaba ver las fotografías, la forma en que captaban las miradas, los movimientos y de alguna manera los momentos de la vida de las personas.
Cuando avanzaba en su camino pudo identificar lo rico que era que sus pies rozaran el suelo, las cosquillas que hacían que a lo largo de su piel se sintieran escalofríos del gusto. Y eso le hizo explorar lo que su piel sentía al contacto de diversos roces. Los roces con el agua, con el viento, con las hojas, con la humedad, con los pelos y las plumas de los seres que la rodeaban.
Poco a poco una luz la iluminó y se dio cuenta del gozo, del placer que significaba abrirse a disfrutar de todo lo que la rodeaba. De pronto… se encontró con otra niña, una similar a ella. Al principio pensó que era ella reflejada en otra gota de rocío. Al instante pudo ver que tenía su propia movilidad, que tenía independencia, que tenía su propia energía.
Eso le encantó. Había pensado que solo ella era así en el mundo. Al saberse con otro ser similar la alegría la invadió. Sintió ganas de bailar, de correr, de saltar, de subirse a las montañas más altas sabiéndose…
Un día amaneció con una fuerte tormenta, un rayo cayó cerquitita de ella e hizo que abriera sus ojos, oídos y mente a las palabras de las demás personas. Antes no las había escuchado, solo veía y sentía.  Esos mandatos que decían como se tenía que hacer y sentir todo, no le hacían mucho sentido a ella que había sido tan libre.
Las palabras retumbaban en su cabezo y quería sacar el sentimiento acumulado que le provocaban, pues había escuchado que las personas decían: “juntas ni las piernas”, las mujeres son chismosas, malas, infieles… pero ella se veía y miraba a su nueva amiga y comprobaba que eso que decían no era cierto.
Esas miradas cómplices, ese caminar juntas, ese sentir placer de la cercanía y el contacto con la otra, era algo que sentía dentro de sí y que contradecían lo que había escuchado. El amor entre mujeres podía ser mágico, era mágico…
Descubrir la similitud y la diferencia de los cuerpos, las sensaciones y gustos tan parecidos y tan distantes. Aparecía el enamoramiento y daba miedo porque decían los otros, que eso era malo. Pero al mismo tiempo era tan liberador que atreverse a vivir este sentimiento parecía el destino.
¿Seré rara? se preguntó la niña. ¿Seré lesbiana porque quiero sentir de otra manera?, y lo que en un momento la atormentó, al instante se evaporó porque encontró a su  amiga, a la niña que le inspiraba ese profundo sentimiento de libertad. Libertad para contar hasta esos pensamientos escondidos en el rinconcito de lo no dicho.
El aguacatal te reveló su secreto le confirmó cuando ella le contó que un atardecer viendo llover, envuelta por el olor a tierra mojada y envuelta en la sensibilidad que la naturaleza misma proporciona con sus elíxires que llevan la mente y el alma a otras dimensiones, veía como el diseño de las ramas y las hojas llevaban el agua a las raíces del gran árbol.
Y se sonrojó cuando le contaba del impacto de ese hecho en ella. Descubrir el placer de saber, de indagar, de curiosear y de dar cuenta de cómo es el mundo, es algo que despierta el espíritu, sobre todo cuando otra persona comparte ese deseo por saber, tan negado para las mujeres.
Las niñas descubrieron que amar a otras mujeres no es malo, que da espacio para conocerse y para atreverse a romper con los miedos y con lo oculto. Amar a otras mujeres pasa por conocerse y amarse a una misma.


 Foto: Albertina Carrera